Para los que llegan a las fiestas Para los que llegan a las fiestas ávidos de tiernas compañías, y encuentran parejas impenetrables y hermosas muchachas solas que dan miedo —pues uno no sabe bailar, y es triste—; los que se arrinconan con un vaso de aguardiente oscuro y melancólico, y odian hasta el fondo su miseria, la envidia que sienten, los deseos; para los que saben con amargura que de la mujer que quieren les queda nada más que un clavo fijo en la espalda y algo tenue y acre, como el aroma que guarda el revés de un guante olvidado; para los que fueron invitados una vez; aquéllos que se pusieron el menos gastado de sus dos trajes y fueron puntuales; y en una puerta ya mucho después de entrados todos supieron que no se cumpliría la cita, y volvieron despreciándose; para los que miran desde afuera, de noche, las casas iluminadas, y a veces quisieran estar adentro: compartir con alguien mesa y cobijas vivir con hijos dichosos; y luego comprenden que es necesario hacer otras cosas, y que vale mucho más sufrir que ser vencido; para los que quieren mover el mundo con su corazón solitario, los que por las calles se fatigan caminando, claros de pensamientos; para los que pisan sus fracasos y siguen; para los que sufren a conciencia, porque no serán consolados los que no tendrán, los que no pueden escucharme; para los que están armados, escribo. |
Centímetro a centímetro Centímetro a centímetro —piel, cabello, ternura, olor, palabras— mi amor te va tocando. Voy descubriendo a diario, convenciéndome de que estás junto a mí; de que es posible y cierto; que no eres, ya, la felicidad imaginada, sino la dicha permanente, hallada, concretísima; el abierto aire total en que me pierdo y gano. Y después, qué delicia la de ponerme lejos nuevamente. Mirarte como antes y llamarte de "usted", para que sientas que no es verdad que te haya conseguido; que sigues siendo tú, la inalcanzada; que hay muchas cosas tuyas que no puedo tener. Qué delicia delgada, incomprensible, la de verte de lejos, y soportar los golpes de alegría que de mi corazón ascienden al acercarme a ti por vez primera; siempre por vez primera, a cada instante. Y al mismo tiempo, así, juego a perderte y a descubrirte, y sé que te descubro siempre mejor de como te he perdido. Es como si dijeras: "cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras yo empezara a buscarte, y torpemente te preguntara: "¿estás allí?", y salieras riendo del escondite, tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta en una luz distinta, en un aroma nuevo, con un vestido diferente. |
Amiga a la que amo Amiga a la que amo: no envejezcas. Que se detenga el tiempo sin tocarte; que no te quite el manto de la perfecta juventud. Inmóvil junto a tu cuerpo de muchacha dulce quede, al hallarte, el tiempo. Si tu hermosura ha sido la llave del amor, si tu hermosura con el amor me ha dado la certidumbre de la dicha, la compañía sin dolor, el vuelo, guárdate hermosa, joven siempre. No quiero ni pensar lo que tendría de soledad mi corazón necesitado, si la vejez dañina, perjuiciosa cargara en ti la mano, y mordiera tu piel, desvencijara tus dientes, y la música que mueves, al movere, deshiciera. Guárdame siempre en la delicia de tus dientes parejos, de tus ojos, de tus olores buenos, de tus brazos que me enseñas cuando a solas conmigo te has quedado desnuda toda, en sombras, sin más luz que la tuya, porque tu cuerpo alumbra cuando amas, más tierna tú que las pequeñas flores con que te adorno a veces. Guárdame en la alegría de mirarte ir y venir en ritmo, caminando y, al caminar meciéndote como si regresaras de la llave del agua llevando un cántaro en el hombro. Y cuando me haga viejo, y engorde y quede calvo, no te apiades de mis ojos hinchados, de mis dientes postizos, de las canas que me salgan por la nariz. Aléjame, no te apiades, destiérrame, te pido; hermosa entonces, joven como ahora, no me ames: recuérdame tal como fui al cantarte, cuando era yo tu voz y tu escudo, y estabas sola, y te sirvió mi mano. |
Aunque bien sé que no me extrañas Aunque bien sé que no me extrañas, aunque tengo la razón, me acuerdo: el cáncer terminó; te ausentas por todo lo mal que supe amarte. Ya fui desventurado cuando estuviste aquí, y en el momento donde te vas, me desventuro. La sola ventaja de estar ciego es acaso no poder mirarte. Ya morir sin arrepentimiento es mi esperanza, y te lo digo porque al fin te conozco; que si he pedido muchas cosas, pude pagar con sobreprecio las pocas que me fueron dadas. Mientras más mal te portas, mucho más te voy queriendo, y porque espero menos, me injurio y te acrecientas. Así tuvo que ser: de tanto que te procuré, me aborreciste; tan sólo pesares te he dejado. Raspaduras de celos, dudas que no opacaron la certeza de cuanto en ti me desolaba. Tú, como si nada, te diviertes; pero entristécete: si todos sabrán que estoy quemado, ninguno sabrá que por tus llamas. Vete como de veras; pierde el número atroz de este teléfono, la dirección que no aprendiste, aquel corazón tan despistado. Igual sigue siendo todo; nadie hay como tú, por mi fortuna; pero a nadie como tú he llegado. En el agua escrito y en el viento quedó el amor perpetuo. Sombras. Y me quemo, y de mejor violencia —ay, mamá— te alumbro al apagarme. Ya te conozco, ya obligado soy a bien quererte y despreciarme. Pero no, porque me da vergüenza; pero sí, porque me estoy muriendo sin voluntad ni penitencia. Y por todo: porque no quisiste permanecer, porque me olvidas, porque me voy tristeando, gracias te doy. Y por andar de noche. |
Qué fácil sería para esta mosca Qué fácil sería para esta mosca, con cinco centímetros de vuelo razonable, hallar la salida. Pude percibirla hace tiempo, cuando me distrajo el zumbido de su vuelo torpe. Desde aquel momento la miro, y no hace otra cosa que achatarse los ojos, con todo su peso, contra el vidrio duro que no comprende. En vano le abrí la ventana y traté de guiarla con la mano; no lo sabe, sigue combatiendo contra el aire inmóvil, intraspasable. Casi con placer, he sentido que me voy muriendo; que mis asuntos no marchan muy bien, pero marchan; y que al fin y al cabo han de olvidarse. Pero luego quise salir de todo, salirme de todo, ver, conocerme, y nada he podido; y he puesto la frente en el vidrio de mi ventana. |