Estrella en alto En el taller del alma maduran los deseos, crece, fresca y lozana, la ternura, imitando tu sombra, inventando tu ausencia tan honda y sostenida. Hoy te sueño, amante: estrella en alto, huella de una violeta lenta. Oscuramente bella la soledad germina en torno de mi cuerpo. Hoy te sueño, amante: jugamos a la brisa y al frío. Tu nombre suena como tibia pureza inimitable. Y del cielo a la tierra, de aquella estrella en alto al dulce ruido de tu pecho, bajan con inefable rapidez y como espuma roja apresurados besos, recios besos, crueles besos de hielo en mi memoria. Un grito de agonía, una blasfemia vuelve grises tus senos, y mi sueño, y esa noble fragancia de tu sexo. ¿Qué esperamos, hermana, de esta reciente aurora que nos fatiga tanto? Mira la estrella, es blanca, no es azul. Mírala, y que tus ojos perduren como rosas perfectas. |
La muchacha ebria Este lánguido caer en brazos de una desconocida, esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres; este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol, huella de pie dormido, navaja verde o negra; este instante durísimo en que una muchacha grita, gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya. Todo esto no es sino la noche, sino la noche grávida de sangre y leche, de niños que se asfixian, de mujeres carbonizadas y varones morenos de soledad y misterioso, sofocante desgaste. Sino la noche de la muchacha ebria cuyos gritos de rabia y melancolía me hirieron como el llanto purísimo, como las náuseas y el rencor, como el abandono y la voz de las mendigas. Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas, llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza: llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas, de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre, de la muchacha que una noche —y era una santa noche— me entregara su corazón derretido, sus manos de agua caliente, césped, seda, sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos, sus torpes arrebatos de ternura, su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos, su pecho suave como una mejilla con fiebre, y sus brazos y piernas con tatuajes, y su naciente tuberculosis, y su dormido sexo de orquídea martirizada. Ah la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido y la generosidad en la punta de los dedos, la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre, como yo, escapado apenas de la violencia amorosa. Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos, una fecha sangrienta y abatida. ¡Por la muchacha ebria, amigos míos! |